viernes, 29 de octubre de 2010

Concepto de Justicia: La Justicia conmutativa, distributiva, retributiva y atributiva.

La hora de la izquierda

Por: Sinesio López Jiménez (Sociólogo)

La Cepal acaba de publicar un documento valiente que constituye una severa llamada de atención a todos los gobiernos de AL, especialmente a los gobiernos neoliberales. La hora de la igualdad, brechas por cerrar, caminos por abrir, se llama el documento cepalino que va a levantar, sin duda, grandes debates académicos y políticos. La filosofía política establece una diferencia central entre igualdad y justicia: la primera es neutra mientras la segunda tiene un sentido axiológico. La igualdad no es de por sí un valor, dice Bobbio en un libro especialmente dedicado al tema (Eguaglianza e Liberta, 1995), sino que lo es tan sólo en la medida en que ella es una condición necesaria, aunque no suficiente, del equilibrio interno de la sociedad como un todo.

Bobbio diferencia las situaciones de justicia de la regla de justicia y del criterio de justicia. Las primeras aluden a las esferas de aplicación de la justicia en las que es relevante que haya o no igualdad, dando lugar a la justicia conmutativa (relaciones equitativas entre las partes), a la distributiva (relación armoniosa entre el todo y las partes), a la retributiva (a cada uno se le da según lo que le corresponde) y a la atributiva (a todos por igual). El criterio de justicia (o esferas de la justicia de Walzer) es el establecimiento de un patrón deseable de igualdad en las diversas situaciones en las que ella se aplica: en la familia, es la necesidad; en la escuela, el mérito; en una empresa, las cuotas de acciones. Por regla de justicia se entiende la norma según la cual se deben tratar a los iguales de modo igual y a los desiguales de modo desigual.

Es necesario diferenciar, sin embargo, las igualdades de carácter jurídico de la igualdad de oportunidades. Entre las primeras están la igualdad frente a la ley, la igualdad de derecho, la igualdad en los derechos y la igualdad jurídica. La igualdad frente a la ley es eliminación de toda discriminación no justificada. La igualdad de derecho es la igualdad formal por contraposición a la sustancial. La igualdad de derechos es la igualdad en el goce de derechos fundamentales reconocidos por la Constitución. La igualdad de oportunidades es, en cambio, la igualdad en el punto de partida en una situación en la que compiten personas que son económica y socialmente desiguales. El principio de la igualdad de oportunidades es el fundamento del Estado socialdemócrata mientras la igualdad frente a la ley lo es del Estado liberal. El nuestro ni siquiera es un Estado liberal porque la ley no llega a todo el territorio ni a todas las clases sociales por igual.

Un tema central en el mundo actual es la relación entre igualdad y libertad. Existe entre ellas una tensión que puede transformarse en una contradicción cuando se privilegia uno de los polos en desmedro del otro. Este es el caso de las economías de neoliberalismo extremo que potencian al máximo la libertad y la voracidad individual, pero limitan y bloquean el desarrollo de la igualdad. Según la Cepal, los países latinoamericanos son los más desiguales del mundo. La distancia en AL entre el Quintil 5 y el Quintil 1 es 17 veces mientras ella en el Grupo de los Siete es sólo 7 veces y en USA, 8 veces. La distancia en AL entre el Decil 10 y el Decil 1 es 34 veces, mientras en el Grupo de los Siete es sólo 12 veces y en USA, 16 veces. Lo que pagan los ricos en AL como impuesto a la renta es sólo el 0.9 del PBI mientras los ricos europeos (OCDE) pagan 8.9 del PBI.

Si esta es la hora de la igualdad en AL, como dice la Cepal, entonces (digo yo) esta es también la hora de la izquierda. Si hay algo que caracteriza a la izquierda es la lucha por la igualdad de oportunidades. ¿Existe acaso otra fuerza política que pueda encargarse de esta tarea impostergable? No. Todos los candidatos de la derecha, avalados por García, apoyan al modelo neoliberal extremo que ha reforzado la desigualdad. Ojalá la izquierda esté a la altura de este enorme desafío.

Fuente: Diario La República (Perú). Vie, 29/10/2010.

Recomendados:

Michael Walzer y «Igualdad Compleja»

domingo, 12 de septiembre de 2010

Concepto de “polite” o “polítes”.

Mala educación

Por: Alberto Adrianzén M. (Sociólogo)

En inglés y en francés la palabra “polite” se emplea para designar a una persona cuando es educada, cortés, delicada, amable. También en ambos idiomas existen las palabras “educated” y “instruid” para hacer referencia a personas que han recibido algún tipo de educación escolarizada o formal. En el castellano esta diferencia no existe. Por lo general una persona educada en nuestra lengua, puede ser un individuo instruido (instruid) y cortés (polite) al mismo tiempo. También puede ser instruido y nada cortés o viceversa: nada instruido y sí muy cortés.

Estas diferencias que pueden sonar a una suerte de trabalenguas, son muy útiles para entender el comportamiento de la congresista Martha Hildebrandt, que acaba de renunciar a la Comisión de Educación del Congreso porque la nacionalista Hilaria Supa, de origen quechuahablante, es su actual presidenta.

En realidad, la palabra “polite” –tanto en inglés como en francés– viene de la palabra griega “polítes” que significa vivir en comunidad, participar de la vida de la “polis” o de la ciudad. Lo contrario a “polites” es “idiótes” que viene del vocablo griego idión (privado), en contraste con el koinón (el elemento común). Como afirma Giovanni Sartori, “de acuerdo con ello, idiótes era un término peyorativo que designaba al que no era polités –un no ciudadano y, en consecuencia, un hombre vulgar, ignorante y sin valor–que sólo se interesaba por sí mismo”. Lo que quiero decir con ello es que la congresista Hildebrandt puede ser una mujer muy instruida pero nada “polite”, mientras que la congresista Supa puede ser una mujer poco instruida (en términos de Martha Hildebrandt), pero muy “polite”.

Martha Hildebrandt ha dicho que la presidencia de Supa en la Comisión de Educación es “casi un burla” puesto que se entrega dicho cargo “a una persona de tan bajo nivel cultural” y que si Supa “fuera una indígena graduada en Oxford (¿lo será la Dra.

Hildebrandt?), yo no me opondría... Es cuestión que no tiene formación intelectual y académica necesaria”. Me parece que estas afirmaciones deben ser discutidas. Sería bueno preguntarle qué entiende y a quién se refiere cuando habla de “bajo nivel cultural”. Si la congresista fujimorista cree que ser culto es tener una “formación intelectual y académica necesaria” se equivoca puesto que puede haber –y de hecho es así– personas cultas que no tengan dicha formación. Además confunde instrucción con cultura. Y si la Dra. Hildebrandt se refiere a la congresista Supa como representante del pueblo indígena, le está negando tanto a la congresista como a ese pueblo, según sus propios términos, un valor cultural. Dicho con otras palabras: “los indios no valen mucho porque son ignorantes”.

Por eso no es extraño que le pida a la congresista Supa que estudie en Oxford, es decir en una universidad (también en una cultura y en una sociedad) totalmente ajena a la cultura indígena. Lo que le está diciendo, porque su cultura no vale mucho, es que Supa deje de ser indígena (tiene que ir a Oxford) para ser culta e instruida. Es decir que sea como ella. El racismo en este caso como en el anterior no puede ser más evidente. La diversidad no es posible porque estamos frente a una persona, además de distinta, desigual. Hildebrandt exige que todos y todas sean como ella. Este racismo se corrobora cuando afirma: “nombren ministro de Salud a un enfermo”. La idea que la congresista Supa es una suerte de “enferma” de la educación es también no solo racista sino radicalmente despreciativa. Los indígenas son, como diría un escritor boliviano”, un “pueblo enfermo”.

Se puede concluir que la Dra. Hildebrandt es, pues, nada “polite” y, por lo tanto, nada “sociable”, si entendemos por ello, como dicen los franceses, la aptitud de los individuos de frecuentar agradablemente a sus semejantes. Ahora bien, si ello es así, cómo podríamos definir (o calificar) a la congresista fujimorista. Esa tarea, porque no quiero dejar de ser “polite”, se la dejo a los lectores.

(*) albertoadrianzen.lamula.pe

Fuente: Diario La República (Perú). Sáb, 11/09/2010.

sábado, 10 de julio de 2010

Concepto de Diplomacia. Reflexión sobre la política exterior de los Estados.

Gonzalo Fernández Puyó

Por: Manuel Rodríguez Cuadros (Ex Canciller del Perú)

La diplomacia es una de las actividades profesionales más crípticas en el imaginario de la opinión pública. Dueña, desde siempre, de los prejuicios más extremos. Flaubert la definía como una “magnífica carrera, pero preñada de dificultades y henchida de misterios”. León Tolstoi asignaba ese temperamento al diplomático Bilibin, uno de los personajes de La Guerra y La Paz que, pragmático, no se preguntaba mucho por el porqué de sus misiones sino sobre el cómo realizarlas.

La diplomacia es una profesión que se eleva sobre el prejuicio de su propia imagen. Es altamente especializada y consiste en elaborar, ejecutar y evaluar la política exterior del Estado en todos los ámbitos de las relaciones externas. En ese sentido es multidisciplinaria, aunque didácticamente se puede diferenciar su campo de acción en tres áreas esenciales: la política-jurídica, la económica, comercial y financiera y la correspondiente a la defensa y la seguridad nacional. Como el diplomático representa los intereses de su Estado y sociedad nacional su trabajo se realiza, esencialmente, en un medio descentralizado: la sociedad internacional. Si hubiese un solo Estado mundial, no habría diplomacia, sino un parlamento universal. Pero como la sociedad internacional la conforman cerca de 200 Estados nación, las relaciones y los procesos de cooperación y conflicto entre ellos se realizan a través de las relaciones exteriores. Y los diplomáticos, que son una suerte de políticos profesionales al servicio del Estado, son los actores fundamentales de la política mundial.

Alejada la profesión del prejuicio, los diplomáticos además de ser analistas y negociadores especializados, deben en lo personal y funcional cultivar algunos valores. Harold Nicolson, en su obra ¿Qué es la diplomacia?, un clásico en la materia, resume esas calidades humanas y funcionales que el diplomático ideal debiera cultivar: la lealtad al Estado y la sociedad que representa; la veracidad y la credibilidad, que constituyen el requisito mínimo y el atributo máximo de la representación y la negociación; la precisión que implica certeza intelectual y moral; el buen carácter que contribuye a una buena reputación e intensifica la credibilidad; la paciencia y calma, que permiten guardar imparcialidad y precisión y, finalmente, la modestia, para no dejarse envanecer y jactarse de las victorias y éxitos, que los hay.

Pocos diplomáticos he conocido en los que estas virtudes se encarnen en forma tan equilibrada como en el caso del embajador Gonzalo Fernández Puyó, cuya vida luego de 92 años se ha apagado el viernes 2 de julio.

Fuente: Diario La Primera. Publicado el 08 de julio del 2010.

Recomendado:

jueves, 13 de mayo de 2010

Concepto de Poderes Fácticos.

Los poderes fácticos

Por: Eddy Romero Meza (Investigador social)

Junto al poder del Estado, existen los poderes “de facto” (de hecho). Estos son ejercidos por personas o instituciones, siendo su influencia determinante en la sociedad. Así, estos poderes (al margen del estado) son fundamentales en la toma de decisiones respecto a la vida política de un país.

Entre los principales poderes fácticos resaltan:

a) La Oligarquía o grupos empresariales
b) Las Fuerzas Armadas
c) La Iglesia
d) Los medios de comunicación masivos
e) Los organismos financieros internacionales
f) Los sindicatos

El poder de estos grupos, radica en el control de ciertos recursos claves de la política: dinero, fuerza, comunicación, fe, etc. La defensa de sus intereses es su razón de ser (lo que no resulta ilegitimo), sin embargo, para ello, se valen muchas veces, de acciones poco democráticas o abiertamente antidemocráticas. Siendo la más común, el apoyo a gobiernos fuertes o dictatoriales.

La historia esta llena de ejemplos de democracias tutelas por los poderes fácticos. Y naturalmente, si evocamos a regímenes dictatoriales (civiles y militares), estos se caracterizaran por sostenerse en dos o más poderes fácticos.

Si tomamos regímenes “democráticos”, como el norteamericano, no es difícil percibir, la enorme influencia que las elites empresariales tienen sobre las políticas económicas de las distintas administraciones. Yendo más lejos, incluso la última guerra de este país, se caracterizó por la fuerte presión de los señores del petróleo y la industria militar, algunos de los cuales ocupan puestos claves en el gobierno.

En América latina y España, el poder tripartito conformado por el Ejército, la Oligarquía y la Iglesia católica, fue la promotora de numerosas dictaduras: Franco, Pinochet, Fujimori, etc.

Sobre el caso particular del Perú, durante la dictadura del Alberto Fujimori, los poderes fácticos afianzaron tanto su capacidad de intervención en el Estado, que hoy es muy dudosa la autonomía de los gobiernos de turno. Durante este régimen, también se hizo patente, la presencia de los Organismos financieros internaciones, como los entes encargados de nuestras políticas económicas.

Actualmente, los medios de comunicación masivos (principalmente la televisión), son determinantes en la agenda del debate público. Su enorme influencia sobre la opinión pública, le otorga una gran capacidad de negociación con los sectores de gobierno. El monopolio de la información, ejercido por grupos empresariales, hoy sostiene a muchos gobiernos (especialmente conservadores).

El peligro de los poderes fácticos, en muchos países, proviene de su desvinculación al bienestar colectivo y su desdén hacia la democracia liberal. Su intervención directa sobre las políticas de gobierno, lo convierten en un poder supra electoral, ajeno a lo que verdaderamente desean los ciudadanos.

jueves, 1 de abril de 2010

Concepto de Democracia Procedimental.

La democracia procedimental

Eduardo Sanguinetti (Filósofo)

El concepto de democracia como portadora de valores dice representar: igualdad de oportunidades, derechos humanos, libre expresión, igualdad ante la ley. Pero por otro, muestran a las claras que no existe una teoría unificada de la democracia: nombres como Rousseau, Burke, Paine, Hamilton, Tocqueville et alia son expositores incuestionados y no concordantes entre sí.

Esta carencia, esta falta de una teoría de la democracia no ha sido hasta ahora, suficientemente puesta de relieve. Ello permitió, como sucedió con los gobiernos marxistas o las diferentes dictaduras en Nuestra América, que los regímenes antidemocráticos se hayan aprovechado de esta falta de una teoría unificada de la democracia para presentarse como tales. Sea como democracias populares en el caso del comunismo, sea como democracias fuertes en el caso de nuestros dictadores de escaparate.

Mucho se ha escrito acerca de los rasgos diferenciales de los dos concepciones de democracia: la liberal y la social, y creo no vale la pena abundar en ello. Pero hay algo en lo que ambas coinciden, más allá del sistema electoral: un hombre un voto: un voto "obligatorio" (aberración que esclaviza al ciudadano harto de corruptela a concurrir a las urnas a votarse a sí mismo pues la oferta de candidatos es espantosa, y una pena caerá sobre él si así no lo hace), y es que ambas predican la realización, la plasmación de valores tales como soberanía popular, derechos humanos, igualdad de oportunidades, libre expresión, etc. Y estos valores, han sido causa de grandes luchas políticas en busca de su implementación. Pues bien, asistimos a un cambio sustancial del concepto de democracia, ella dejó paulatinamente de lado ese núcleo vital de valores a preferir, para reducirse a una maquinaria de gobierno, a una democracia procedimental. Ya no más predicación de valores, lo que supone preferir lo sustancial y posponer lo aleatorio. Para esta nueva democracia sólo vale que el procedimiento sea coincidente con el sistema de normas. La corrupción que pulula por todas partes se produce cuando el sistema normativo cae en desuso. Nos hemos transformado en sociedades anónimas. No interesa ya que 15 millones de argentinos o 200 millones de iberoamericanos o toda el Africa subsahariana vivan debajo de la línea de pobreza, lo que interesa es que el "procedimiento democrático" se cumpla. Esto es la democracia reducida a maquinaria procesal.

La democracia procedimental que carece de todo contenido ético a la que no interesa la defensa de ningún valor, salvo la coherencia con las normas del sistema de poder. Ahora bien, si esas normas, por diferentes causas, conllevan un contenido injusto, antiético o perverso ello no interesa, porque la democracia procedimental no hace, como lo hacían sus predecesoras, la liberal y la social, predicación de contenidos éticos. Esta democracia es a la política lo que la filosofía analítica es a la filosofía dado que a esta corriente filosófica lo que le interesa es la consistencia de los enunciados y no su contenido de verdad o falsedad. No hace predicación de existencia.

La democracia se limita a un simple procedimiento, es un formalismo que, eso si, hay que cumplir a raja tabla. Como el dogma es que al poder sólo se accede por el voto, el cómo se consiga, no interesa. La conservación del poder se realiza a través de una reelección perpetua con constituciones ad hoc, el cómo se logre, no se cuestiona.

Asistimos en nuestros días a la despersonalización de la política. Los políticos son reemplazados rápidamente por los tecnócratas al estar la política subordinada a la economía. Y los tecnócratas, esto es, los políticos procedimentales, no tienen pasado en el campo de lo político. Al menos el político tradicional tenía que dar a su clientela política alguna explicación de sus actos, el tecnócrata no da razones, sólo beneficios a quien le paga. Los grandes actos de corrupción de estos últimos años en Argentina, fueron llevados a cabo por tecnócratas que asesoraban a los políticos procedimentales. Para el neoliberalismo procedimental no tiene importancia la inclusión de las mayorías en el mercado de trabajo ni de consumo. Su lógica es la de la exclusión y así, descarta mano de obra y mayores de consumidores. No le interesa generar mayores fuentes de trabajo -que siempre traen problemas y costos- sino, concentrar dinero en menor numero de consumidores, que compensan con sus abultadas compras el mayor número de clientes, antes buscados.

En la democracia procedimental de nuestros días esta lógica de la exclusión funciona concentrando el poder político y económico en muy pocas manos. Así los funcionarios cuando renuncian o son renunciados no se retiran, como antaño, a sus casas, sino que son reubicados en otros puestos. La concentración de poder y riqueza destruye rápidamente la clase media creando una sociedad de dos velocidades: los muy ricos y los muy pobres, cumpliéndose así el principio que dice: a mayor privatización de la riqueza, mayor socialización de la pobreza.

En la democracia procedimental, el estado, vaciado de todos sus aparatos de poder, vía privatización de las empresas publicas, vía anulación de sus reparticiones, dejó de lado los tres principios que lo constituían: la idea de bien común como principio de finalidad; la idea de solidaridad como principio de integración y la idea de subsidiariedad como principio supletivo. Quedando así reducido a simple "regulador de los contratos jurídicos y a represor de los sectores descontentos" . No llega ni siquiera, como en el antiguo capitalismo liberal, a estado gendarme que garantizaba la seguridad de las personas y la propiedad privada. Hoy la seguridad es "cosa privada" y la propiedad privada esta "socializada en barrios privados", esos castillos modernos sitiados por barrios paupérrimos.

Jean Jacques Rousseau, teórico indiscutido de la democracia liberal, escribió dos suplementos al Contrato Social referidos a la forma de gobierno que deberían darse Polonia y Córcega, donde hace hincapié sobre la importancia que debe otorgársele a la historia, las costumbres, la economía y la educación de cada pueblo antes de establecer cualquier maquinaria de gobierno. Esto no sólo no ha sido tenido en cuenta por el liberalismo político sino, lo que es mas pernicioso aún, es absolutamente ignorado por la democracia procedimental.

Este desarraigo brutal del régimen político por antonomasia de nuestros días provoca contradicciones tremendas que se manifiestan como injusticias flagrantes y permanentes ante la cual a los perjudicados, que son las grandes mayorías, sólo les queda la resignación o la reacción violenta. Existe también una tercera vía, mucho más árida, lenta y esforzada que es trabajar en la formación de cuadros políticos munidos de convicciones axiológicas. Una tarea eminentemente metapolítica.

Fuente: La República (Uruguay). Lunes, 09 de julio, 2007.

domingo, 14 de marzo de 2010

El concepto de Democracia Delegativa. Guillermo O´Donnell.

La democracia delegativa

Guillermo O´Donnell
Profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad de Notre Dame (EE.UU.)

Hace unos 15 años, al tratar de entender los gobiernos de Menem; de Collor, en Brasil, y la primera presidencia de Alan García, en Perú, argumenté que estaba surgiendo un nuevo tipo de democracia, a la que llamé delegativa para diferenciarla de la que está ampliamente estudiada: la democracia representativa. Se trata de una concepción y una práctica del poder político que es democrática porque surge de elecciones razonablemente libres y competitivas; también lo es porque mantiene, aunque a veces a regañadientes, ciertas importantes libertades, como las de expresión, asociación, reunión y acceso a medios de información no censurados por el Estado o monopolizados.

Este tipo de democracia, como la que vive hoy la Argentina, tiene sus riesgos: los líderes delegativos suelen pasar, rápidamente, de una alta popularidad a una generalizada impopularidad.

Los líderes delegativos suelen surgir de una profunda crisis, pero no toda crisis produce democracias delegativas; para ello también hacen falta líderes portadores de esa concepción y sectores de opinión pública que la compartan. La esencia de esa concepción es que quienes son elegidos creen tener el derecho ?y la obligación? de decidir como mejor les parezca qué es bueno para el país, sujetos sólo al juicio de los votantes en las siguientes elecciones. Creen que éstos les delegan plenamente esa autoridad durante ese lapso. Dado esto, todo tipo de control institucional es considerado una injustificada traba; por eso los líderes delegativos intentan subordinar, suprimir o cooptar esas instituciones.

Estos líderes a veces fracasan de entrada (Collor en Brasil), pero otras logran superar la crisis, o al menos sus aspectos más notorios. En la medida que superan la crisis logran amplios apoyos. Son sus momentos de gloria: no sólo pueden y deben decidir como les parece; ahora ese apoyo les demuestra, y debería demostrar a todos, que ellos son quienes realmente saben qué hacer con el país. Respaldados en sus éxitos, los líderes delegativos avanzan entonces en su propósito de suprimir, doblegar o neutralizar las instituciones que pueden controlarlos.

Aquí se bifurcan las historias de estos presidentes. Algunos de ellos, como Kirchner (y Menem en su momento), tuvieron la gran ventaja de lograr mayoría en el Congreso. Sus seguidores en este ámbito repiten escrupulosamente el discurso delegativo: ya que el presidente ha sido electo libremente, ellos tienen el deber de acompañar a libro cerrado los proyectos que les envía "el Gobierno". Olvidan que, según la Constitución, el Congreso no es menos gobierno que el Ejecutivo; producen entonces la mayor abdicación posible de una legislatura, conferir (y renovar repetidamente) facultades extraordinarias al Ejecutivo.

En cuanto al Poder Judicial (en el caso nuestro, a contrapelo de buenas decisiones iniciales en la designación de miembros de la Suprema Corte y reducción de su número), se van apretando controles sobre temas tales como el presupuesto de esa institución y, crucialmente, las designaciones y promociones de jueces. Asimismo, con relación a las instituciones estatales de accountability (rendición de cuentas), auditorías, fiscalías, defensores del pueblo y semejantes, se apunta a capturarlas con leales seguidores del presidente, al tiempo que se cercenan sus atribuciones y presupuestos. Todo esto ocurre con entera lógica: para esta concepción supermayoritaria e hiperpresidencialista del poder político, no es aceptable que existan interferencias a la libre voluntad del líder.

Por momentos, el líder delegativo parece todopoderoso. Pero choca con poderes económicos y sociales con los que, ya que ha renunciado en todos los planos a tratamientos institucionalizados, se maneja con relaciones informales. Ellas producen una aguda falta de transparencia, recurrente discrecionalidad y abundantes sospechas de corrupción.

En verdad, ese líder no puede tener verdaderos aliados. Por un lado, tiene que lidiar con los nunca confiables señores territoriales. Ellos deben proveer votos, así como un control de sus territorios que, sin importarle demasiado al líder cómo, no genere crisis nacionales. Por supuesto, los gobernadores (no pocos de ellos también delegativos, si no abiertamente autoritarios) pasan por esto facturas cuyo monto depende del cambiante poder del presidente; así se pone en recurrente y nunca finalmente resuelta cuestión la distribución de recursos entre la Nación y las provincias.

En cuanto a los colaboradores directos de estos líderes, ellos tampoco son verdaderos aliados. Deben ser obedientes seguidores que no pueden adquirir peso político propio, anatema para el poder supremo del líder. Tampoco tiene en realidad ministros, ya que ello implicaría un grado de autonomía e interrelación entre ellos que es, por la misma razón, inaceptable.

Asimismo, el líder suele necesitar el apoyo electoral de otros partidos políticos, algunos de los cuales se tientan con la posibilidad de beneficiarse de la popularidad de aquél. Pero estos partidos tampoco pueden ser verdaderos aliados; su a veces ostensible oportunismo los hace poco confiables, y el propio hecho de que sean otros partidos muestra al líder que tampoco lo son para acompañarlo plenamente en su gran tarea de salvación nacional. Además, si fueran realmente tales aliados, el líder tendría que negociar con ellos importantes decisiones de gobierno, lo cual implicaría renunciar a la esencia de su concepción delegativa.

Los líderes delegativos inicialmente exitosos generan importantes cambios, algunos de ellos, en casos como el nuestro, de signo e impactos positivos. Pero por eso mismo van apareciendo nuevas demandas y expectativas, junto con el resurgimiento de antiguos problemas. La complejidad de los temas resultantes exigiría tomar complejas decisiones; pero ellas sólo son posibles con participación de sectores sociales y políticos que sólo pueden hacerlo ejerciendo una autonomía que el líder delegativo no está dispuesto a reconocerles.

De esta manera, los líderes se van encerrando en un estrecho grupo de colaboradores, que quedan cada vez más atados al supremo valor de la "lealtad" al líder. A su vez, quienes en el Estado y desde el llano apoyan desinteresadamente al líder comienzan a dar señales de desconcierto y preocupación. Comienzan a resentir que sólo se los convoque para aclamar las decisiones del Gobierno. Es típico de estos casos que a períodos iniciales de alta popularidad suceden abruptas caídas y, con ello, una cascada de "deserciones" de quienes hasta hacía poco proclamaban incondicional lealtad al líder.

Cuando aparece la crisis de estos gobiernos, el país se encuentra con debilidades institucionales que el líder delegativo se ha ocupado de acentuar. Entonces, los señores territoriales empiezan a tomar distancia de ese líder. Por su parte, los partidos que creyeron ser aliados y descubren que sólo podían ser subordinados instrumentos, comienzan a recorrer un complicado camino de Damasco hacia otras latitudes políticas.

Desde su creciente aislamiento, el líder reprocha la "ingratitud" de quienes, luego de haberlo aplaudido, ahora resienten la reemergencia de graves problemas y las maneras abruptas e inconsultas con que intenta encararlos (si no negarlos como malicioso invento de condenables intereses expresados en los nunca tan molestos medios de comunicación). Este es un estilo de gobernar que corresponde rigurosamente a la constitutiva vocación antiinstitucional de la democracia delegativa.

De hecho, el líder tiende a adoptar un mecanismo psicológico bien estudiado, típico de estas situaciones: no logra distinguir caminos alternativos y se aferra a seguir haciendo lo mismo y de la misma manera que no hace mucho funcionó razonablemente bien. A esta altura de los acontecimientos, otros líderes delegativos se encontraron huérfanos de todo apoyo organizado. En cambio, entre nosotros, el matrimonio presidencial tiene la ventaja de contar con parte del Partido Justicialista; pero, mostrando la raigambre de sus visiones, éste es manejado con la misma discrecionalidad que su gobierno.

A medida que avanza la crisis, el líder apela al apoyo de los verdaderos "leales" y arroja al campo del mal no ya sólo a los eternos herejes de la causa nacional, sino también a los "tibios". El líder ya no vacila en proclamar que el principal contenido de toda la oposición es ser la antipatria, de las que nos quiere salvar. La imagen asustadora del retorno a la crisis de la que nació su gobierno -el caos- aparece en su discurso. En cuanto a la oposición, tiende a aglomerar, entre otros, a sectores sociales y actores políticos que aquél justificadamente criticó. De allí resultan incómodas compañías, intentos de diferenciación y apuestas en pro y en contra de la polarización que impulsa el líder delegativo.

Entonces también surge uno de los riesgos de la democracia delegativa: en respuesta a la crispación que produce a su líder la para él/ella injustificable aparición de aquellas oposiciones, le tienta amputar o acotar seriamente las libertades cuya vigencia la mantienen en la categoría de democrática. Que este riesgo no es baladí se muestra en el desemboque autoritario de Fujimori en Perú y de Putin en Rusia, y en el similar desemboque hacia el que hoy Chávez empuja a Venezuela. Felizmente, la Argentina no tiene las condiciones propicias para ese desenlace, pero no es ocioso recordar que la democracia también puede morir lentamente, no ya por abruptos golpes militares sino mediante una sucesión de medidas, poco espectaculares pero acumulativamente letales.

En la lógica delegativa, las elecciones no son el episodio normal de una democracia representativa, en las que se juegan cambios de rumbo pero no la suerte de gestas de salvación nacional. Para una democracia delegativa, hasta las elecciones parlamentarias adquieren auténtico dramatismo: de su resultado se cree que depende impedir el surgimiento de poderes que abortarían esa gesta y devolverían el país a la gran crisis precedente. Hay que jugar todo contra esta posibilidad porque, para esta concepción, todo está realmente en juego. Es importante entender que estos argumentos no son sólo recursos electorales; expresan auténticos sentimientos.

La repetición de estos episodios no es casual; obedece al despliegue de una manera de concebir y ejercer el poder que se niega a aceptar los mecanismos institucionales, los controles, los debates pluralistas y las alianzas políticas y sociales que son el corazón de una democracia representativa. En el transcurso de su crisis, cuando acentúa su discurso polarizante y amedrentador, esta manera de ejercer el poder recibe apoyos cada vez más escasos y endebles, al tiempo que acumula enojos de los poderes e instituciones, políticos y sociales, que ha ido agrediendo, despreciando y/o intentando someter. El período de crisis de las democracias delegativas es de gran aceleración de los tiempos de la política; no deja de ser paradójico, aunque entendible dentro de esta concepción, que sea el líder delegativo quien más contribuye a esa aceleración -como todo le parece en juego, casi todo pasa a ser permitido-.

Con estas reflexiones expreso una honda preocupación. Estoy persuadido de que el futuro de nuestro país depende de avanzar hacia una democracia representativa. No sé si será posible moverse de inmediato en esa dirección. Esta duda se refiere a un Poder Ejecutivo que parece poco dispuesto a reconducir su gestión. También incluye una oposición que contiene importantes franjas que han demostrado compartir estas mismas concepciones y prácticas delegativas, y no es seguro que las abandonen si triunfan en estas y futuras elecciones. Queda abierta la gran cuestión -que algunas campañas electorales por cierto no despejan- de si el aprendizaje de los defectos y costos de la democracia delegativa se encarnará efectivamente en comportamientos y acuerdos que la superen.

Típicamente, los períodos de visible crisis del poder delegativo, recomponible o no, reencauzable o no, son de gran incertidumbre. Con ellos tendremos que vivir, sin perder la esperanza de que, aunque mediante oblicuos y ya largos caminos, nuestro país se encamine hacia una democracia representativa. Ella vale por sí misma; es también condición necesaria para ir dando solución a los múltiples problemas que nos aquejan.

Fuente: Diario La Nación (Argentina). Jueves 28 de Mayo del 2009.

Comentario final de autor:

He leido con gran interes los comentarios y discusiones que ha originado mi nota. Queda mucho para pensar y seguir discutiendo! Por el momento solo algunas aclaraciones. 1. En esa nota por razones de espacio, aparte de mencionar la gran crisis precedente, no entro en las causas de esto pero, como dice un lector, en otros trabajos he argumentado acerca de graves problemas de desiguadad, pobreza y falta generalizada de legalidad. 2.Por la misma razon no menciono que hay otros casos de DD, entre los cuales, ademas de Correa, cuentan Uribe y Berlusconi (lo cual de paso muestra que las DD son "imparciales", en el sentido que se pueden inclinat tanto a la izquierda como a la derecha). 3. Insisto que aunque son democraticas en el sentido que defino, las DD tienen una peligrosa tendencia hacia deslizarse al autoritarismo (Fujimori, Putin, Chavez); que no lo hagan depende en buena medida de una sociedad civil suficientemente firme e informada, junto con politicos/as dispuestos a impedirlo. 4. En cuanto a que no digo que hacer, es cierto; opino que superar la DD es tarea de todos/as desde todos los lugares que ocupamos en la sociedad, y porque asi lo creo escribo estas cosas. Es una lucha larga y complicada para la que no existen recetas--yo al menos no las tengo. Termino agradeciendo que este muy interesante dialogo--de espiritu ejemplarmente democratico--me haya dejado mucho para seguir pensando.

sábado, 20 de febrero de 2010

La “Objetividad” del conocimiento en la ciencia social y en la política social (Max Weber).

Resumen

Publicado en 1904, el artículo titulado LA “OBJETIVIDAD” DEL CONOCIMIENTO EN LA CIENCIA SOCIAL Y EN LA POLÍTICA SOCIAL contiene los elementos fundamentales de la concepción de la ciencia social alumbrada por MAX WEBER y puede considerarse, por ello, como uno de los escritos fundacionales de la sociología contemporánea. En sus páginas, Weber expone su concepción de la nueva ciencia social, señalando ante todo su objeto de estudio –el significado cultural de los fenómenos sociales– y la naturaleza y características de los conceptos con los que opera –los “tipos ideales”–. La ciencia social weberiana se destaca por la función metodológica que desempeñan en la delimitación del objeto de investigación los valores dominantes en la sociedad, pues es precisamente la relación con algún valor cultural la que suministra al investigador la perspectiva para construir su objeto de estudio. Este perspectivismo y el hecho de que los valores o ideas dominantes cambien en el tiempo no implica, sin embargo, que los resultados de la ciencia social sean “subjetivos”, pues también el científico social está sometido, en la aplicación de los instrumentos conceptuales con los que opera, a las normas del pensamiento. (Alianza Editorial)

La Objetividad en las Ciencias Sociales.

La objetividad

Nelson Manrique (Historiador)

Existe una manera de abordar la objetividad en la investigación social que goza de una amplia aceptación. Esta consiste en declararse “neutral” frente a aquello que se estudia; así –según este razonamiento– los juicios que uno suscribe no serán distorsionados por sus simpatías o antipatías, por sus amores y odios. De aquí se desprende un corolario que guía la reflexión de numerosos investigadores: lo ideal es ubicarse en el justo medio.

Un primer problema de esta opción es que alimenta un pensamiento parasitario: quien escoge el término medio asigna una posición a las ideas existentes en plaza (radicales o conservadoras, progresistas o reaccionarias, etc.) para luego buscar ubicarse en una posición equidistante de ellas. Esta es una fórmula segura para la mediocridad: nos protege de cometer grandes errores, pero nos vacuna igualmente contra los grandes hallazgos.

El segundo problema, con mucho el más importante, es que la “neutralidad” en la investigación social es una ilusión. Como escribí en un artículo anterior, los seres humanos–incluidos por supuesto los investigadores sociales– somos producto de, y estamos contenidos en, la sociedad que pretendemos comprender. No somos pues un sujeto cognoscente situado fuera e independientemente del objeto que estudiamos sino somos su hechura. El idioma que hablamos, la identidad social que nos define (nacional, étnica, religiosa, de clase, etc.), las categorías con las que intentamos conocer el mundo, las ideologías, imaginarios, representaciones que adscribimos, etc., son hechos sociales que existen desde antes de nuestro nacimiento. Por otra parte, nacer en un hogar acomodado o en uno pobre, en la ciudad o el campo, dónde se estudia, tener por lengua materna el castellano, el quechua o el asháninka, etc., va a influir en la forma cómo vemos el mundo. A ello añadiremos nuestras propias experiencias y opciones.

¿Simpatizar con aquello que uno va a estudiar garantiza una buena investigación? No, si, por ejemplo, nos ciega ante las facetas de la realidad que no nos gustan, y esto vale igualmente si detestamos nuestro objeto de estudio. Lo esencial, creo (esto es una cuestión de temperamento), es que nuestro tema sea capaz de apasionarnos; pero esto, claro, es válido para toda empresa humana.

En nuestra forma de conocer, optar o decidir influyen muchos elementos que están por fuera de nuestro control consciente; ese es uno de los mayores hallazgos de las ciencias del hombre. Por eso es ilusorio pretender que por un acto de voluntad podemos ponernos por encima de las solidaridades sociales que hemos forjado, nuestros prejuicios, fobias y simpatías inconscientes, etc., para producir un conocimiento incontaminado. El escritor José Bergamín lo expresó en una frase muy aguda: “Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto (y soy subjetivo)”.

Por eso es ingenua la crítica de quienes creen decir algo muy profundo al atribuir errores al oponente explicándolos por su ideología, sin que se les ocurra que sus propias proposiciones tienen también un sustrato ideológico. El pensamiento más crudamente ideológico cree que la ideología distorsiona la percepción de los demás pero no la de uno mismo, porque uno piensa, limpiamente, “en científico”.

¿Es imposible entonces la objetividad? En las CCSS podemos hablar más bien de grados de objetividad, que pueden ser mayores en la medida en que seamos capaces de poner bajo control nuestros sesgos conscientes e inconscientes. La paradoja es que suele ser más objetivo quien es capaz de poner sus sesgos sobre la mesa en comparación con aquel que ingenuamente cree que no los tiene y que, al no reconocerlos, no puede controlarlos.

La ciencia, por otra parte, se construye en la confrontación de ideas y esta suele desarrollarse mejor cuando quienes participan en el debate son conscientes de sus sesgos y opciones ideológicas. Esa es la gran lección metodológica que brinda Mariátegui en la “Presentación” de sus 7 Ensayos… y que, obviamente, suscribo: “no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano … Es todo lo que debo advertir lealmente al lector a la entrada de mi libro”.

Fuente: Diario La República. Martes 19 de Enero del 2010.

Concepto de Tiempo Histórico.

El Tiempo Histórico

Eddy Romero Meza (Investigador)
Según A. Trepat, dentro de la epistemología histórica de principios del siglo XXI, el tiempo histórico puede ser definido como la “simultaneidad de duraciones, movimientos y cambios diversos que se dan en una colectividad humana a lo largo de un periodo determinado” (1). Mientras para, R. Koselleck, el tiempo histórico es el núcleo epistemológico de la historia. Según este autor está conformado básicamente por dos componentes: cronología (historia estática), y la periodificación (historia dinámica).

Por su parte Neri, nos habla acerca del origen de este: “…el tiempo histórico se construye a partir de los conceptos de sucesión y duración, y después otros conceptos requieren ser enseñados más específicamente: periodización, cronología, cambio y permanencia, simultaneidad, etc.”.

En ese sentido se puede concluir también que el tiempo histórico es una construcción mental que los historiadores desarrollan a partir de sus investigaciones e interpretaciones. Así el tiempo histórico es el tiempo de la historia (subjetivo e interpretativo)

Pero también el tiempo histórico es un metaconcepto que se utiliza de distintas formas, entre otras causas, por las diferentes concepciones historiográficas.

Tiempo histórico no es el mismo que el físico, sino que corresponde al tiempo subjetivo. Es el tiempo que nace a partir de la interpretación que hacen los historiadores de los hechos, del pasado de las sociedades. El tiempo histórico es en definitiva aquel que permite conocer y explicar las sociedades a través del tiempo.
Dos grandes líneas interpretativas del pasado humano son el modelo positivista y el modelo estructuralista, estos conciben el tiempo histórico desde sus distintas visiones.

(1) C. A. TREPAT y P. COMES: El Tiempo y el espacio en la didáctica de las ciencias sociales. Barcelona: Graó-ICE Universitat de Barcelona. 1998.

Concepto de Tiempo Cronológico.

El Tiempo Cronológico

Eddy Romero Meza (Investigador)

El tiempo cronológico, es el soporte sin cual existiría el tiempo histórico, y en ese sentido su comprensión es previa al aprendizaje del tiempo histórico.

Como recuerda la doctora Gladis Calderón; “la cronología permite ubicar el hecho histórico en su tiempo y en relación a los demás hechos, identificar lo que es propio de una época y lo que constituye una nueva tendencia, forma o estructura de la etapa anterior”(1).

La cronología (del gr. Kronos, tiempo y logos, estudio o tratado), es consubstancial a la historia, pues fija el orden y las fechas de los hechos o acontecimientos históricos. Se concibe también, como: “Un tiempo formal y mecánico entendido como sucesión de diversos lapsos ritmados por fenómenos físicos, o por medidas más o menos arbitrarias”(2).

El tiempo cronológico, es el punto de inicio que permite a los estudiosos, percibir los diversos tempos (ritmos) de la historia.

El tiempo cronológico, sin embargo, no debe ser confundido con el tiempo social o histórico ya que a pesar de que mide el decurso de las existencias individuales y colectivas, no explica nada de lo que mide.

Recordemos que la historia de la medición del tiempo, se dio inicio desde épocas remotas, a partir de la observación del firmamento y las regularidades del movimiento del sol y la luna.

(1) G. CALDERÓN ANDREU. Tiempo, historia y sociedad. Serie ensayos nº 4. Univ. de Lima.1994. pág. 31.

(2) F. XAVIER HERNÁNDEZ CARDONA, FRANCESC X. HERNÁNDEZ. Didáctica de las ciencias sociales, geografía e historia – Edit. Grao. 2002. pág.

Concepto de Gobernabilidad y Gobernanza.

La gobernabilidad

Sinesio López Jiménez (Sociólogo)

En sus orígenes tuvo un sentido conservador. Pero con el tiempo la gobernabilidad se ha transformado en un concepto relativamente neutro que es utilizado por los teóricos y los políticos de diversas orientaciones ideológicas y por los regímenes políticos democráticos y de los otros. La razón principal es que ningún gobierno, ningún régimen político y ninguna sociedad, en suma, pueden vivir en el caos permanente. Todos ellos requieren un mínimo de orden para hacer viable la convivencia social. Huntington, politólogo conservador, escribió en uno de sus libros clásicos, El orden político en las sociedades en cambio, que uno de los méritos de los regímenes comunistas era haber logrado organizar un alto nivel de gobernabilidad. Hasta donde sé el primer teórico en usar el término fue Max Weber, destacado sociólogo alemán, quien lo utilizó en sus escritos políticos para señalar que la democracia como contenido (valores, bienes, participación, soberanía popular) chocaba con la gobernabilidad y que, por eso mismo, era necesario organizar la democracia como procedimiento; esto es, postular una democracia como un método (las elecciones) a través del cual los ciudadanos eligen a sus gobernantes y representantes y los dejan gobernar.

Como concepto, sin embargo, el primero en aludir a ella, fue Tomás Hobbes quien, como todos los teóricos del contrato, fundamentó la política en el estado de naturaleza y, en su caso particular, en la guerra de todos contra todos y en el miedo. Ello induce a los ciudadanos, según Hobbes, a entregar sus derechos absolutos al Leviatán, el dios mortal que, en nombre del Dios inmortal, crea el orden (la sociedad civilizada) para que todos puedan vivir en paz. Hobbes resumió sus ideas centrales en el símbolo del Leviatán que adorna una de las carátulas de su libro (porque hay otra elaborada y dedicada a su amigo Carlos II) en la que aparece la mitad superior del cuerpo de un hombre, constituido por múltiples cabezas (inteligencias y voluntades) de hombres mirándose entre sí, que observa y domina el mundo, que adorna su cabeza con una corona de rey y que sostiene el báculo del Papa con su brazo izquierdo y la espada con el derecho. Es el símbolo del Estado Soberano que ejerce el poder porque él, ya no Dios, es el titular del mismo gracias a la voluntad de los ciudadanos.

Fundando la política, ya no en la naturaleza humana, sino en la historia –como todos los científicos sociales modernos desde Montesquieu en adelante– fue Tocqueville, el teórico político más importante del siglo XIX, quien sostuvo que cuando una sociedad producía más movimientos sociales que instituciones generaba necesariamente inestabilidad. Se adelantó a lo que hoy la ciencia política llama gobernanza. En la década del 70, Huntington, Crozier y Watanuki, de la Comisión Trilateral, retomaron y radicalizaron hacia la derecha el concepto weberiano, afirmando que la democracia, al estimular las demandas de los ciudadanos, sobrecargaba al Estado, lo inducía a la crisis y generaba inestabilidad e ingobernabilidad. Su propuesta conservadora era limitar la capacidad que tienen las democracias de formular demandas.

En la misma línea conservadora, añadiéndole un toque tecnocrático, los neoliberales de los 80 y 90 identificaron la ingobernabilidad con la parálisis decisoria como resultado de la presión social y del escrutinio público desplegado por los ciudadanos, estimulados por la vigencia de la democracia. Su receta igualmente conservadora fue concentrar el poder de decisión en la cúpula (Presidente, alta burocracia y poderes fácticos) y gobernar apelando a la sorpresa y al secreto (los decretos de urgencia).

La ciencia política convencional diferencia la acción de gobierno, la gobernanza (el conjunto de reglas, procedimientos y rutinas que regulan a la primera) y la gobernabilidad, y reduce esta última a los factores estructurales que limitan o potencian las políticas públicas desplegadas por el gobierno. Se dice entonces, por ejemplo, que una región, un país o un continente son ingobernables porque poseen un bajo grado de desarrollo, no tienen un Estado consolidado, son agobiados por una profunda desigualdad social, etc. Me parece que esa perspectiva es unilateral puesto que los problemas de la gobernabilidad atraviesan las instituciones (gobernance) y la acción de gobierno (goberning). De hecho, existen actores (el caudillismo, los outsiders, el movimientismo) y acciones de gobierno (la improvisación, los exabruptos, las inspiraciones de García por ejemplo) que afectan la gobernabilidad. Igualmente existen diseños institucionales (la designación presidencial en elección de dos vueltas, el sistema proporcional puro, el presidencialismo plebiscitario exacerbado –tipo García–, la inexistencia de un sistema de partidos) que afectan seriamente la gobernabilidad. Tengo la impresión que García y el Apra tienen un concepto primario, unilateral y conservador de la gobernabilidad. Ellos están dispuestos a sacrificar la democracia y la transparencia en nombre del orden neoliberal. Ese y no otro es el sentido de la coalición aprofujimorista formada recientemente en el Congreso.

Fuente: Diario La República. 08 de Agosto del 2008.