martes, 13 de septiembre de 2011

Concepto de Anomia. Las sociedades anómicas.

Revueltas en un mundo sin normas

Por: Salvador Aguilar. Profesor de Estructura y Cambio Social en la Universidad de Barcelona.

Protestas como las de los suburbios franceses o las de agosto en Reino Unido son el recurso de grupos populares marginales, carentes de voz institucional, para marcar terreno en la defensa de sus intereses.

La crisis económica global ha desatado un caos. Fenómenos emergentes de conflictividad social muy variada proliferan por todos lados: huelgas generales, nuevos movimientos sociales y políticos, flash mobs y flash robs en Estados Unidos, el 15-M en España y otros indignados en Grecia e Israel, las revueltas árabes y, el pasado agosto, los "disturbios" británicos iniciados en Tottenham que hicieron estallar una crisis social de grandes dimensiones y diagnóstico incierto, algo perceptible en el desconcierto, político, mediático, de opinión pública, con que se abordó su tratamiento. Sin embargo, la ciencia social contemporánea hace tiempo que nos dio las claves adecuadas para captar su naturaleza y nos advirtió sobre los orígenes de "patologías sociales" como las que resurgieron hace pocas semanas en Reino Unido.

Los periódicos mejor orientados titularon esa crisis como "Explosión social" o "La banlieue británica". Exacto: lo que ocurrió en las principales ciudades británicas fue más allá de un saqueo colectivo y, en cambio, se emparentaba con una larga lista de eventos que seguramente encabezan los sucesos franceses de noviembre de 2005 con el levantamiento de los barrios periféricos (las banlieues), que produjo la quema nocturna de 20.000 vehículos y amplios daños. Tanto en ese caso como en el de Reino Unido se trata de una revuelta social, pero de un tipo particular que denominaré "anómica".

Anomia es un término técnico muy querido de algunos grandes científicos sociales para indicar una situación donde la estructura normativa que opera habitualmente, y mantiene relativamente cohesionados a los miembros de una comunidad, queda en suspenso. Anomia indica carencia de normas: los valores considerados poco antes como vigentes y que predisponían a una obligación moral (conformidad) han dejado de funcionar, mientras los valores nuevos que deberían reemplazarlos no están todavía disponibles.

Hay tres razones para considerar estas protestas como anómicas. Emergen en sociedades donde hay una condición de fondo dominante: la alienación individual y la ausencia de cualquier estructura fuerte de cohesión colectiva, algo revelado por la conducta asocial e incluso antisocial de esa minoría en la que se reconoce indirectamente la propia mayoría (al percibir esa fractura en la cohesión colectiva: es esto lo que crea una conciencia ciudadana inmediata de crisis social y fracaso de convivencia para lo que, en otras condiciones, sería meramente pillaje). En segundo lugar, la estructura normativa operativa para la mayoría es percibida como algo ajeno por una minoría (a veces muy amplia) que se considera a sí misma al margen de la sociedad. Finalmente, los protestatarios carecen de reivindicaciones y, por tanto, de propuestas normativas alternativas; los movilizados se manifiestan así como protagonistas de una protesta expresiva que implica rechazo de la forma de vida dominante, pero rechazo inerte: no pretende sustituir nada sino únicamente exhibir afán de destrucción y puesta en cuestión completa del orden. De ahí que no haya ni reivindicaciones, ni liderazgo claro, ni afán de negociar demandas: parece una protesta, en la terminología de Hobsbawm, "prepolítica" y de orientación reaccionaria (el afán de transformar ese mundo que se rechaza está ausente) al estilo de las "turbas" urbanas preindustriales y de los inicios de la industrialización.

Pero, inspeccionadas de cerca, estas revueltas anómicas contemporáneas no parecen prepolíticas. Son el recurso de los grupos populares marginales, carentes de voz política institucional, para marcar terreno en la defensa de sus intereses. Parece una forma poco racional de definir y defender intereses (sin parecido alguno, por ejemplo, con los grupos populares que disponen de sindicatos y partidos), pero se trata de una impresión engañosa: es un formato de protesta colectiva económico (por su espontaneidad, carencia de organización y actores, desactivación rápida, baja visibilidad individual de los protestatarios) en contextos donde la posibilidad de negociar intereses es impensable: si lo que está en cuestión es todo, el margen de negociación es ninguno; y la propia conciencia de grupo tiene un alcance limitado y efímero.

Y esto nos conduce a una segunda observación: en el capitalismo contemporáneo, estas formas de protesta son recurrentes y de frecuencia creciente. Numerosos científicos sociales lo han puesto de relieve, entre ellos el economista político Fred Hirsch en 1976: "El principio del autointerés es incompleto en tanto que instrumento de organización social. Funciona de manera efectiva únicamente en combinación con algún principio social de refuerzo... [En el capitalismo moderno] se ha intentado erigir una organización social crecientemente explícita sin el soporte de una moralidad social, lo que ha dado como resultado una tensión estructural tanto en el mecanismo del mercado como en el mecanismo político diseñado para regularlo y complementarlo". Los saqueadores de Londres no mostraron menos moralidad pública, sino tal vez más, que la exhibida en los cuatro años de crisis por las élites financieras y económicas globales. ¿Por qué razón deberíamos dar más crédito los ciudadanos a unos que a otros? Esto expresa el problema central del capitalismo neoliberal: cómo concitar cohesión social y obligación moral entre los habitantes de un sistema basado estrictamente en el autointerés, la ventaja comparativa, la depredación y la desprotección pública de la mayoría de la población.

Por otro lado, la relación entre la protesta anómica y las leyes de funcionamiento del neoliberalismo fue bien establecida por el sociólogo (liberal-conservador) Ralf Dahrendorf en 2008, uno de los estudiosos de esa cuasi clase social formada por el precariado y las nuevas formas de desempleo y pobreza, a los que denomina infraclase o subclase: "¿Por qué la subclase no arremete y destroza los muebles de la casa que la clase mayoritaria construyó para sí misma? De vez en cuando lo hace", en el estadio Heysel en 1985 o en Brixton en 1981 (antecedente directo del Tottenham de agosto), a los que podríamos añadir localidades españolas bien próximas.

Pero en lo fundamental, los "conflictos no se presentan como líneas de batalla en una guerra revolucionaria, o incluso como una lucha de clases democrática, sino como anomia". Se presentan por tanto como carencia de un contrato social mínimo que predispone al absentismo de cualquier responsabilidad colectiva. Los medios de comunicación más sesgados intentaron hacer creer en agosto que el "nihilismo" y "gamberrismo" de los saqueadores británicos respondía a demasiado Estado del bienestar (malcrianza, inacción de las familias dependientes de subsidios estatales, supuesta pérdida de "valores" de las sociedades postindustriales). Pura e inaudita ideología. La anomia y la protesta pasiva contra todo tienen sus raíces en la estructura social característica del capitalismo neoliberal. ¿Qué se pensaban? Hay pocos precedentes históricos de un sistema de dominación tan cruel y antidemocrático como el instaurado bajo la globalización neoliberal, y los "costes" mínimos que han de afrontar los beneficiarios de tal sistema social hiperdesigual e irresponsable (está arrasando el planeta) son la hostilidad de la izquierda mundial, pero también este otro tipo de protesta política que se manifiesta a primera vista como antipolítica y puramente orientada al pillaje ocasional.

No se puede esperar que estas explosiones anómicas se desvanezcan fácilmente, porque son inherentes al sistema social imperante. Algunos recurrirán al marketing político, harán ver que no pasa nada y hablarán del neoliberalismo como "la sociedad abierta", algo contradicho aparatosamente por los hechos y el examen de cualquier persona con mentalidad independiente, y hablarán de los saqueadores como meros "criminales"; otros intentarán paliar los efectos de las revueltas atacando las condiciones del entorno próximo (mediante ayudas públicas, mejora de la educación y creación de puestos de trabajo superfluos para la subclase), lo cual es encomiable y obligado, pero difícilmente practicable en épocas de crisis; la gente que busca un mundo mejor y acabar con esta expresión bárbara de la anomia deberá asociarse y presionar para escapar del neoliberalismo y atacar las causas por medio de un sistema social diferente y racional, basado en la igualdad, la democracia y el bienestar de la mayoría de la población.

Fuente: Diario El País (España). 12/09/2011.

viernes, 29 de octubre de 2010

Concepto de Justicia: La Justicia conmutativa, distributiva, retributiva y atributiva.

La hora de la izquierda

Por: Sinesio López Jiménez (Sociólogo)

La Cepal acaba de publicar un documento valiente que constituye una severa llamada de atención a todos los gobiernos de AL, especialmente a los gobiernos neoliberales. La hora de la igualdad, brechas por cerrar, caminos por abrir, se llama el documento cepalino que va a levantar, sin duda, grandes debates académicos y políticos. La filosofía política establece una diferencia central entre igualdad y justicia: la primera es neutra mientras la segunda tiene un sentido axiológico. La igualdad no es de por sí un valor, dice Bobbio en un libro especialmente dedicado al tema (Eguaglianza e Liberta, 1995), sino que lo es tan sólo en la medida en que ella es una condición necesaria, aunque no suficiente, del equilibrio interno de la sociedad como un todo.

Bobbio diferencia las situaciones de justicia de la regla de justicia y del criterio de justicia. Las primeras aluden a las esferas de aplicación de la justicia en las que es relevante que haya o no igualdad, dando lugar a la justicia conmutativa (relaciones equitativas entre las partes), a la distributiva (relación armoniosa entre el todo y las partes), a la retributiva (a cada uno se le da según lo que le corresponde) y a la atributiva (a todos por igual). El criterio de justicia (o esferas de la justicia de Walzer) es el establecimiento de un patrón deseable de igualdad en las diversas situaciones en las que ella se aplica: en la familia, es la necesidad; en la escuela, el mérito; en una empresa, las cuotas de acciones. Por regla de justicia se entiende la norma según la cual se deben tratar a los iguales de modo igual y a los desiguales de modo desigual.

Es necesario diferenciar, sin embargo, las igualdades de carácter jurídico de la igualdad de oportunidades. Entre las primeras están la igualdad frente a la ley, la igualdad de derecho, la igualdad en los derechos y la igualdad jurídica. La igualdad frente a la ley es eliminación de toda discriminación no justificada. La igualdad de derecho es la igualdad formal por contraposición a la sustancial. La igualdad de derechos es la igualdad en el goce de derechos fundamentales reconocidos por la Constitución. La igualdad de oportunidades es, en cambio, la igualdad en el punto de partida en una situación en la que compiten personas que son económica y socialmente desiguales. El principio de la igualdad de oportunidades es el fundamento del Estado socialdemócrata mientras la igualdad frente a la ley lo es del Estado liberal. El nuestro ni siquiera es un Estado liberal porque la ley no llega a todo el territorio ni a todas las clases sociales por igual.

Un tema central en el mundo actual es la relación entre igualdad y libertad. Existe entre ellas una tensión que puede transformarse en una contradicción cuando se privilegia uno de los polos en desmedro del otro. Este es el caso de las economías de neoliberalismo extremo que potencian al máximo la libertad y la voracidad individual, pero limitan y bloquean el desarrollo de la igualdad. Según la Cepal, los países latinoamericanos son los más desiguales del mundo. La distancia en AL entre el Quintil 5 y el Quintil 1 es 17 veces mientras ella en el Grupo de los Siete es sólo 7 veces y en USA, 8 veces. La distancia en AL entre el Decil 10 y el Decil 1 es 34 veces, mientras en el Grupo de los Siete es sólo 12 veces y en USA, 16 veces. Lo que pagan los ricos en AL como impuesto a la renta es sólo el 0.9 del PBI mientras los ricos europeos (OCDE) pagan 8.9 del PBI.

Si esta es la hora de la igualdad en AL, como dice la Cepal, entonces (digo yo) esta es también la hora de la izquierda. Si hay algo que caracteriza a la izquierda es la lucha por la igualdad de oportunidades. ¿Existe acaso otra fuerza política que pueda encargarse de esta tarea impostergable? No. Todos los candidatos de la derecha, avalados por García, apoyan al modelo neoliberal extremo que ha reforzado la desigualdad. Ojalá la izquierda esté a la altura de este enorme desafío.

Fuente: Diario La República (Perú). Vie, 29/10/2010.

Recomendados:

Michael Walzer y «Igualdad Compleja»

domingo, 12 de septiembre de 2010

Concepto de “polite” o “polítes”.

Mala educación

Por: Alberto Adrianzén M. (Sociólogo)

En inglés y en francés la palabra “polite” se emplea para designar a una persona cuando es educada, cortés, delicada, amable. También en ambos idiomas existen las palabras “educated” y “instruid” para hacer referencia a personas que han recibido algún tipo de educación escolarizada o formal. En el castellano esta diferencia no existe. Por lo general una persona educada en nuestra lengua, puede ser un individuo instruido (instruid) y cortés (polite) al mismo tiempo. También puede ser instruido y nada cortés o viceversa: nada instruido y sí muy cortés.

Estas diferencias que pueden sonar a una suerte de trabalenguas, son muy útiles para entender el comportamiento de la congresista Martha Hildebrandt, que acaba de renunciar a la Comisión de Educación del Congreso porque la nacionalista Hilaria Supa, de origen quechuahablante, es su actual presidenta.

En realidad, la palabra “polite” –tanto en inglés como en francés– viene de la palabra griega “polítes” que significa vivir en comunidad, participar de la vida de la “polis” o de la ciudad. Lo contrario a “polites” es “idiótes” que viene del vocablo griego idión (privado), en contraste con el koinón (el elemento común). Como afirma Giovanni Sartori, “de acuerdo con ello, idiótes era un término peyorativo que designaba al que no era polités –un no ciudadano y, en consecuencia, un hombre vulgar, ignorante y sin valor–que sólo se interesaba por sí mismo”. Lo que quiero decir con ello es que la congresista Hildebrandt puede ser una mujer muy instruida pero nada “polite”, mientras que la congresista Supa puede ser una mujer poco instruida (en términos de Martha Hildebrandt), pero muy “polite”.

Martha Hildebrandt ha dicho que la presidencia de Supa en la Comisión de Educación es “casi un burla” puesto que se entrega dicho cargo “a una persona de tan bajo nivel cultural” y que si Supa “fuera una indígena graduada en Oxford (¿lo será la Dra.

Hildebrandt?), yo no me opondría... Es cuestión que no tiene formación intelectual y académica necesaria”. Me parece que estas afirmaciones deben ser discutidas. Sería bueno preguntarle qué entiende y a quién se refiere cuando habla de “bajo nivel cultural”. Si la congresista fujimorista cree que ser culto es tener una “formación intelectual y académica necesaria” se equivoca puesto que puede haber –y de hecho es así– personas cultas que no tengan dicha formación. Además confunde instrucción con cultura. Y si la Dra. Hildebrandt se refiere a la congresista Supa como representante del pueblo indígena, le está negando tanto a la congresista como a ese pueblo, según sus propios términos, un valor cultural. Dicho con otras palabras: “los indios no valen mucho porque son ignorantes”.

Por eso no es extraño que le pida a la congresista Supa que estudie en Oxford, es decir en una universidad (también en una cultura y en una sociedad) totalmente ajena a la cultura indígena. Lo que le está diciendo, porque su cultura no vale mucho, es que Supa deje de ser indígena (tiene que ir a Oxford) para ser culta e instruida. Es decir que sea como ella. El racismo en este caso como en el anterior no puede ser más evidente. La diversidad no es posible porque estamos frente a una persona, además de distinta, desigual. Hildebrandt exige que todos y todas sean como ella. Este racismo se corrobora cuando afirma: “nombren ministro de Salud a un enfermo”. La idea que la congresista Supa es una suerte de “enferma” de la educación es también no solo racista sino radicalmente despreciativa. Los indígenas son, como diría un escritor boliviano”, un “pueblo enfermo”.

Se puede concluir que la Dra. Hildebrandt es, pues, nada “polite” y, por lo tanto, nada “sociable”, si entendemos por ello, como dicen los franceses, la aptitud de los individuos de frecuentar agradablemente a sus semejantes. Ahora bien, si ello es así, cómo podríamos definir (o calificar) a la congresista fujimorista. Esa tarea, porque no quiero dejar de ser “polite”, se la dejo a los lectores.

(*) albertoadrianzen.lamula.pe

Fuente: Diario La República (Perú). Sáb, 11/09/2010.

sábado, 10 de julio de 2010

Concepto de Diplomacia. Reflexión sobre la política exterior de los Estados.

Gonzalo Fernández Puyó

Por: Manuel Rodríguez Cuadros (Ex Canciller del Perú)

La diplomacia es una de las actividades profesionales más crípticas en el imaginario de la opinión pública. Dueña, desde siempre, de los prejuicios más extremos. Flaubert la definía como una “magnífica carrera, pero preñada de dificultades y henchida de misterios”. León Tolstoi asignaba ese temperamento al diplomático Bilibin, uno de los personajes de La Guerra y La Paz que, pragmático, no se preguntaba mucho por el porqué de sus misiones sino sobre el cómo realizarlas.

La diplomacia es una profesión que se eleva sobre el prejuicio de su propia imagen. Es altamente especializada y consiste en elaborar, ejecutar y evaluar la política exterior del Estado en todos los ámbitos de las relaciones externas. En ese sentido es multidisciplinaria, aunque didácticamente se puede diferenciar su campo de acción en tres áreas esenciales: la política-jurídica, la económica, comercial y financiera y la correspondiente a la defensa y la seguridad nacional. Como el diplomático representa los intereses de su Estado y sociedad nacional su trabajo se realiza, esencialmente, en un medio descentralizado: la sociedad internacional. Si hubiese un solo Estado mundial, no habría diplomacia, sino un parlamento universal. Pero como la sociedad internacional la conforman cerca de 200 Estados nación, las relaciones y los procesos de cooperación y conflicto entre ellos se realizan a través de las relaciones exteriores. Y los diplomáticos, que son una suerte de políticos profesionales al servicio del Estado, son los actores fundamentales de la política mundial.

Alejada la profesión del prejuicio, los diplomáticos además de ser analistas y negociadores especializados, deben en lo personal y funcional cultivar algunos valores. Harold Nicolson, en su obra ¿Qué es la diplomacia?, un clásico en la materia, resume esas calidades humanas y funcionales que el diplomático ideal debiera cultivar: la lealtad al Estado y la sociedad que representa; la veracidad y la credibilidad, que constituyen el requisito mínimo y el atributo máximo de la representación y la negociación; la precisión que implica certeza intelectual y moral; el buen carácter que contribuye a una buena reputación e intensifica la credibilidad; la paciencia y calma, que permiten guardar imparcialidad y precisión y, finalmente, la modestia, para no dejarse envanecer y jactarse de las victorias y éxitos, que los hay.

Pocos diplomáticos he conocido en los que estas virtudes se encarnen en forma tan equilibrada como en el caso del embajador Gonzalo Fernández Puyó, cuya vida luego de 92 años se ha apagado el viernes 2 de julio.

Fuente: Diario La Primera. Publicado el 08 de julio del 2010.

Recomendado:

jueves, 13 de mayo de 2010

Concepto de Poderes Fácticos.

Los poderes fácticos

Por: Eddy Romero Meza (Investigador social)

Junto al poder del Estado, existen los poderes “de facto” (de hecho). Estos son ejercidos por personas o instituciones, siendo su influencia determinante en la sociedad. Así, estos poderes (al margen del estado) son fundamentales en la toma de decisiones respecto a la vida política de un país.

Entre los principales poderes fácticos resaltan:

a) La Oligarquía o grupos empresariales
b) Las Fuerzas Armadas
c) La Iglesia
d) Los medios de comunicación masivos
e) Los organismos financieros internacionales
f) Los sindicatos

El poder de estos grupos, radica en el control de ciertos recursos claves de la política: dinero, fuerza, comunicación, fe, etc. La defensa de sus intereses es su razón de ser (lo que no resulta ilegitimo), sin embargo, para ello, se valen muchas veces, de acciones poco democráticas o abiertamente antidemocráticas. Siendo la más común, el apoyo a gobiernos fuertes o dictatoriales.

La historia esta llena de ejemplos de democracias tutelas por los poderes fácticos. Y naturalmente, si evocamos a regímenes dictatoriales (civiles y militares), estos se caracterizaran por sostenerse en dos o más poderes fácticos.

Si tomamos regímenes “democráticos”, como el norteamericano, no es difícil percibir, la enorme influencia que las elites empresariales tienen sobre las políticas económicas de las distintas administraciones. Yendo más lejos, incluso la última guerra de este país, se caracterizó por la fuerte presión de los señores del petróleo y la industria militar, algunos de los cuales ocupan puestos claves en el gobierno.

En América latina y España, el poder tripartito conformado por el Ejército, la Oligarquía y la Iglesia católica, fue la promotora de numerosas dictaduras: Franco, Pinochet, Fujimori, etc.

Sobre el caso particular del Perú, durante la dictadura del Alberto Fujimori, los poderes fácticos afianzaron tanto su capacidad de intervención en el Estado, que hoy es muy dudosa la autonomía de los gobiernos de turno. Durante este régimen, también se hizo patente, la presencia de los Organismos financieros internaciones, como los entes encargados de nuestras políticas económicas.

Actualmente, los medios de comunicación masivos (principalmente la televisión), son determinantes en la agenda del debate público. Su enorme influencia sobre la opinión pública, le otorga una gran capacidad de negociación con los sectores de gobierno. El monopolio de la información, ejercido por grupos empresariales, hoy sostiene a muchos gobiernos (especialmente conservadores).

El peligro de los poderes fácticos, en muchos países, proviene de su desvinculación al bienestar colectivo y su desdén hacia la democracia liberal. Su intervención directa sobre las políticas de gobierno, lo convierten en un poder supra electoral, ajeno a lo que verdaderamente desean los ciudadanos.

jueves, 1 de abril de 2010

Concepto de Democracia Procedimental.

La democracia procedimental

Eduardo Sanguinetti (Filósofo)

El concepto de democracia como portadora de valores dice representar: igualdad de oportunidades, derechos humanos, libre expresión, igualdad ante la ley. Pero por otro, muestran a las claras que no existe una teoría unificada de la democracia: nombres como Rousseau, Burke, Paine, Hamilton, Tocqueville et alia son expositores incuestionados y no concordantes entre sí.

Esta carencia, esta falta de una teoría de la democracia no ha sido hasta ahora, suficientemente puesta de relieve. Ello permitió, como sucedió con los gobiernos marxistas o las diferentes dictaduras en Nuestra América, que los regímenes antidemocráticos se hayan aprovechado de esta falta de una teoría unificada de la democracia para presentarse como tales. Sea como democracias populares en el caso del comunismo, sea como democracias fuertes en el caso de nuestros dictadores de escaparate.

Mucho se ha escrito acerca de los rasgos diferenciales de los dos concepciones de democracia: la liberal y la social, y creo no vale la pena abundar en ello. Pero hay algo en lo que ambas coinciden, más allá del sistema electoral: un hombre un voto: un voto "obligatorio" (aberración que esclaviza al ciudadano harto de corruptela a concurrir a las urnas a votarse a sí mismo pues la oferta de candidatos es espantosa, y una pena caerá sobre él si así no lo hace), y es que ambas predican la realización, la plasmación de valores tales como soberanía popular, derechos humanos, igualdad de oportunidades, libre expresión, etc. Y estos valores, han sido causa de grandes luchas políticas en busca de su implementación. Pues bien, asistimos a un cambio sustancial del concepto de democracia, ella dejó paulatinamente de lado ese núcleo vital de valores a preferir, para reducirse a una maquinaria de gobierno, a una democracia procedimental. Ya no más predicación de valores, lo que supone preferir lo sustancial y posponer lo aleatorio. Para esta nueva democracia sólo vale que el procedimiento sea coincidente con el sistema de normas. La corrupción que pulula por todas partes se produce cuando el sistema normativo cae en desuso. Nos hemos transformado en sociedades anónimas. No interesa ya que 15 millones de argentinos o 200 millones de iberoamericanos o toda el Africa subsahariana vivan debajo de la línea de pobreza, lo que interesa es que el "procedimiento democrático" se cumpla. Esto es la democracia reducida a maquinaria procesal.

La democracia procedimental que carece de todo contenido ético a la que no interesa la defensa de ningún valor, salvo la coherencia con las normas del sistema de poder. Ahora bien, si esas normas, por diferentes causas, conllevan un contenido injusto, antiético o perverso ello no interesa, porque la democracia procedimental no hace, como lo hacían sus predecesoras, la liberal y la social, predicación de contenidos éticos. Esta democracia es a la política lo que la filosofía analítica es a la filosofía dado que a esta corriente filosófica lo que le interesa es la consistencia de los enunciados y no su contenido de verdad o falsedad. No hace predicación de existencia.

La democracia se limita a un simple procedimiento, es un formalismo que, eso si, hay que cumplir a raja tabla. Como el dogma es que al poder sólo se accede por el voto, el cómo se consiga, no interesa. La conservación del poder se realiza a través de una reelección perpetua con constituciones ad hoc, el cómo se logre, no se cuestiona.

Asistimos en nuestros días a la despersonalización de la política. Los políticos son reemplazados rápidamente por los tecnócratas al estar la política subordinada a la economía. Y los tecnócratas, esto es, los políticos procedimentales, no tienen pasado en el campo de lo político. Al menos el político tradicional tenía que dar a su clientela política alguna explicación de sus actos, el tecnócrata no da razones, sólo beneficios a quien le paga. Los grandes actos de corrupción de estos últimos años en Argentina, fueron llevados a cabo por tecnócratas que asesoraban a los políticos procedimentales. Para el neoliberalismo procedimental no tiene importancia la inclusión de las mayorías en el mercado de trabajo ni de consumo. Su lógica es la de la exclusión y así, descarta mano de obra y mayores de consumidores. No le interesa generar mayores fuentes de trabajo -que siempre traen problemas y costos- sino, concentrar dinero en menor numero de consumidores, que compensan con sus abultadas compras el mayor número de clientes, antes buscados.

En la democracia procedimental de nuestros días esta lógica de la exclusión funciona concentrando el poder político y económico en muy pocas manos. Así los funcionarios cuando renuncian o son renunciados no se retiran, como antaño, a sus casas, sino que son reubicados en otros puestos. La concentración de poder y riqueza destruye rápidamente la clase media creando una sociedad de dos velocidades: los muy ricos y los muy pobres, cumpliéndose así el principio que dice: a mayor privatización de la riqueza, mayor socialización de la pobreza.

En la democracia procedimental, el estado, vaciado de todos sus aparatos de poder, vía privatización de las empresas publicas, vía anulación de sus reparticiones, dejó de lado los tres principios que lo constituían: la idea de bien común como principio de finalidad; la idea de solidaridad como principio de integración y la idea de subsidiariedad como principio supletivo. Quedando así reducido a simple "regulador de los contratos jurídicos y a represor de los sectores descontentos" . No llega ni siquiera, como en el antiguo capitalismo liberal, a estado gendarme que garantizaba la seguridad de las personas y la propiedad privada. Hoy la seguridad es "cosa privada" y la propiedad privada esta "socializada en barrios privados", esos castillos modernos sitiados por barrios paupérrimos.

Jean Jacques Rousseau, teórico indiscutido de la democracia liberal, escribió dos suplementos al Contrato Social referidos a la forma de gobierno que deberían darse Polonia y Córcega, donde hace hincapié sobre la importancia que debe otorgársele a la historia, las costumbres, la economía y la educación de cada pueblo antes de establecer cualquier maquinaria de gobierno. Esto no sólo no ha sido tenido en cuenta por el liberalismo político sino, lo que es mas pernicioso aún, es absolutamente ignorado por la democracia procedimental.

Este desarraigo brutal del régimen político por antonomasia de nuestros días provoca contradicciones tremendas que se manifiestan como injusticias flagrantes y permanentes ante la cual a los perjudicados, que son las grandes mayorías, sólo les queda la resignación o la reacción violenta. Existe también una tercera vía, mucho más árida, lenta y esforzada que es trabajar en la formación de cuadros políticos munidos de convicciones axiológicas. Una tarea eminentemente metapolítica.

Fuente: La República (Uruguay). Lunes, 09 de julio, 2007.

domingo, 14 de marzo de 2010

El concepto de Democracia Delegativa. Guillermo O´Donnell.

La democracia delegativa

Guillermo O´Donnell
Profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad de Notre Dame (EE.UU.)

Hace unos 15 años, al tratar de entender los gobiernos de Menem; de Collor, en Brasil, y la primera presidencia de Alan García, en Perú, argumenté que estaba surgiendo un nuevo tipo de democracia, a la que llamé delegativa para diferenciarla de la que está ampliamente estudiada: la democracia representativa. Se trata de una concepción y una práctica del poder político que es democrática porque surge de elecciones razonablemente libres y competitivas; también lo es porque mantiene, aunque a veces a regañadientes, ciertas importantes libertades, como las de expresión, asociación, reunión y acceso a medios de información no censurados por el Estado o monopolizados.

Este tipo de democracia, como la que vive hoy la Argentina, tiene sus riesgos: los líderes delegativos suelen pasar, rápidamente, de una alta popularidad a una generalizada impopularidad.

Los líderes delegativos suelen surgir de una profunda crisis, pero no toda crisis produce democracias delegativas; para ello también hacen falta líderes portadores de esa concepción y sectores de opinión pública que la compartan. La esencia de esa concepción es que quienes son elegidos creen tener el derecho ?y la obligación? de decidir como mejor les parezca qué es bueno para el país, sujetos sólo al juicio de los votantes en las siguientes elecciones. Creen que éstos les delegan plenamente esa autoridad durante ese lapso. Dado esto, todo tipo de control institucional es considerado una injustificada traba; por eso los líderes delegativos intentan subordinar, suprimir o cooptar esas instituciones.

Estos líderes a veces fracasan de entrada (Collor en Brasil), pero otras logran superar la crisis, o al menos sus aspectos más notorios. En la medida que superan la crisis logran amplios apoyos. Son sus momentos de gloria: no sólo pueden y deben decidir como les parece; ahora ese apoyo les demuestra, y debería demostrar a todos, que ellos son quienes realmente saben qué hacer con el país. Respaldados en sus éxitos, los líderes delegativos avanzan entonces en su propósito de suprimir, doblegar o neutralizar las instituciones que pueden controlarlos.

Aquí se bifurcan las historias de estos presidentes. Algunos de ellos, como Kirchner (y Menem en su momento), tuvieron la gran ventaja de lograr mayoría en el Congreso. Sus seguidores en este ámbito repiten escrupulosamente el discurso delegativo: ya que el presidente ha sido electo libremente, ellos tienen el deber de acompañar a libro cerrado los proyectos que les envía "el Gobierno". Olvidan que, según la Constitución, el Congreso no es menos gobierno que el Ejecutivo; producen entonces la mayor abdicación posible de una legislatura, conferir (y renovar repetidamente) facultades extraordinarias al Ejecutivo.

En cuanto al Poder Judicial (en el caso nuestro, a contrapelo de buenas decisiones iniciales en la designación de miembros de la Suprema Corte y reducción de su número), se van apretando controles sobre temas tales como el presupuesto de esa institución y, crucialmente, las designaciones y promociones de jueces. Asimismo, con relación a las instituciones estatales de accountability (rendición de cuentas), auditorías, fiscalías, defensores del pueblo y semejantes, se apunta a capturarlas con leales seguidores del presidente, al tiempo que se cercenan sus atribuciones y presupuestos. Todo esto ocurre con entera lógica: para esta concepción supermayoritaria e hiperpresidencialista del poder político, no es aceptable que existan interferencias a la libre voluntad del líder.

Por momentos, el líder delegativo parece todopoderoso. Pero choca con poderes económicos y sociales con los que, ya que ha renunciado en todos los planos a tratamientos institucionalizados, se maneja con relaciones informales. Ellas producen una aguda falta de transparencia, recurrente discrecionalidad y abundantes sospechas de corrupción.

En verdad, ese líder no puede tener verdaderos aliados. Por un lado, tiene que lidiar con los nunca confiables señores territoriales. Ellos deben proveer votos, así como un control de sus territorios que, sin importarle demasiado al líder cómo, no genere crisis nacionales. Por supuesto, los gobernadores (no pocos de ellos también delegativos, si no abiertamente autoritarios) pasan por esto facturas cuyo monto depende del cambiante poder del presidente; así se pone en recurrente y nunca finalmente resuelta cuestión la distribución de recursos entre la Nación y las provincias.

En cuanto a los colaboradores directos de estos líderes, ellos tampoco son verdaderos aliados. Deben ser obedientes seguidores que no pueden adquirir peso político propio, anatema para el poder supremo del líder. Tampoco tiene en realidad ministros, ya que ello implicaría un grado de autonomía e interrelación entre ellos que es, por la misma razón, inaceptable.

Asimismo, el líder suele necesitar el apoyo electoral de otros partidos políticos, algunos de los cuales se tientan con la posibilidad de beneficiarse de la popularidad de aquél. Pero estos partidos tampoco pueden ser verdaderos aliados; su a veces ostensible oportunismo los hace poco confiables, y el propio hecho de que sean otros partidos muestra al líder que tampoco lo son para acompañarlo plenamente en su gran tarea de salvación nacional. Además, si fueran realmente tales aliados, el líder tendría que negociar con ellos importantes decisiones de gobierno, lo cual implicaría renunciar a la esencia de su concepción delegativa.

Los líderes delegativos inicialmente exitosos generan importantes cambios, algunos de ellos, en casos como el nuestro, de signo e impactos positivos. Pero por eso mismo van apareciendo nuevas demandas y expectativas, junto con el resurgimiento de antiguos problemas. La complejidad de los temas resultantes exigiría tomar complejas decisiones; pero ellas sólo son posibles con participación de sectores sociales y políticos que sólo pueden hacerlo ejerciendo una autonomía que el líder delegativo no está dispuesto a reconocerles.

De esta manera, los líderes se van encerrando en un estrecho grupo de colaboradores, que quedan cada vez más atados al supremo valor de la "lealtad" al líder. A su vez, quienes en el Estado y desde el llano apoyan desinteresadamente al líder comienzan a dar señales de desconcierto y preocupación. Comienzan a resentir que sólo se los convoque para aclamar las decisiones del Gobierno. Es típico de estos casos que a períodos iniciales de alta popularidad suceden abruptas caídas y, con ello, una cascada de "deserciones" de quienes hasta hacía poco proclamaban incondicional lealtad al líder.

Cuando aparece la crisis de estos gobiernos, el país se encuentra con debilidades institucionales que el líder delegativo se ha ocupado de acentuar. Entonces, los señores territoriales empiezan a tomar distancia de ese líder. Por su parte, los partidos que creyeron ser aliados y descubren que sólo podían ser subordinados instrumentos, comienzan a recorrer un complicado camino de Damasco hacia otras latitudes políticas.

Desde su creciente aislamiento, el líder reprocha la "ingratitud" de quienes, luego de haberlo aplaudido, ahora resienten la reemergencia de graves problemas y las maneras abruptas e inconsultas con que intenta encararlos (si no negarlos como malicioso invento de condenables intereses expresados en los nunca tan molestos medios de comunicación). Este es un estilo de gobernar que corresponde rigurosamente a la constitutiva vocación antiinstitucional de la democracia delegativa.

De hecho, el líder tiende a adoptar un mecanismo psicológico bien estudiado, típico de estas situaciones: no logra distinguir caminos alternativos y se aferra a seguir haciendo lo mismo y de la misma manera que no hace mucho funcionó razonablemente bien. A esta altura de los acontecimientos, otros líderes delegativos se encontraron huérfanos de todo apoyo organizado. En cambio, entre nosotros, el matrimonio presidencial tiene la ventaja de contar con parte del Partido Justicialista; pero, mostrando la raigambre de sus visiones, éste es manejado con la misma discrecionalidad que su gobierno.

A medida que avanza la crisis, el líder apela al apoyo de los verdaderos "leales" y arroja al campo del mal no ya sólo a los eternos herejes de la causa nacional, sino también a los "tibios". El líder ya no vacila en proclamar que el principal contenido de toda la oposición es ser la antipatria, de las que nos quiere salvar. La imagen asustadora del retorno a la crisis de la que nació su gobierno -el caos- aparece en su discurso. En cuanto a la oposición, tiende a aglomerar, entre otros, a sectores sociales y actores políticos que aquél justificadamente criticó. De allí resultan incómodas compañías, intentos de diferenciación y apuestas en pro y en contra de la polarización que impulsa el líder delegativo.

Entonces también surge uno de los riesgos de la democracia delegativa: en respuesta a la crispación que produce a su líder la para él/ella injustificable aparición de aquellas oposiciones, le tienta amputar o acotar seriamente las libertades cuya vigencia la mantienen en la categoría de democrática. Que este riesgo no es baladí se muestra en el desemboque autoritario de Fujimori en Perú y de Putin en Rusia, y en el similar desemboque hacia el que hoy Chávez empuja a Venezuela. Felizmente, la Argentina no tiene las condiciones propicias para ese desenlace, pero no es ocioso recordar que la democracia también puede morir lentamente, no ya por abruptos golpes militares sino mediante una sucesión de medidas, poco espectaculares pero acumulativamente letales.

En la lógica delegativa, las elecciones no son el episodio normal de una democracia representativa, en las que se juegan cambios de rumbo pero no la suerte de gestas de salvación nacional. Para una democracia delegativa, hasta las elecciones parlamentarias adquieren auténtico dramatismo: de su resultado se cree que depende impedir el surgimiento de poderes que abortarían esa gesta y devolverían el país a la gran crisis precedente. Hay que jugar todo contra esta posibilidad porque, para esta concepción, todo está realmente en juego. Es importante entender que estos argumentos no son sólo recursos electorales; expresan auténticos sentimientos.

La repetición de estos episodios no es casual; obedece al despliegue de una manera de concebir y ejercer el poder que se niega a aceptar los mecanismos institucionales, los controles, los debates pluralistas y las alianzas políticas y sociales que son el corazón de una democracia representativa. En el transcurso de su crisis, cuando acentúa su discurso polarizante y amedrentador, esta manera de ejercer el poder recibe apoyos cada vez más escasos y endebles, al tiempo que acumula enojos de los poderes e instituciones, políticos y sociales, que ha ido agrediendo, despreciando y/o intentando someter. El período de crisis de las democracias delegativas es de gran aceleración de los tiempos de la política; no deja de ser paradójico, aunque entendible dentro de esta concepción, que sea el líder delegativo quien más contribuye a esa aceleración -como todo le parece en juego, casi todo pasa a ser permitido-.

Con estas reflexiones expreso una honda preocupación. Estoy persuadido de que el futuro de nuestro país depende de avanzar hacia una democracia representativa. No sé si será posible moverse de inmediato en esa dirección. Esta duda se refiere a un Poder Ejecutivo que parece poco dispuesto a reconducir su gestión. También incluye una oposición que contiene importantes franjas que han demostrado compartir estas mismas concepciones y prácticas delegativas, y no es seguro que las abandonen si triunfan en estas y futuras elecciones. Queda abierta la gran cuestión -que algunas campañas electorales por cierto no despejan- de si el aprendizaje de los defectos y costos de la democracia delegativa se encarnará efectivamente en comportamientos y acuerdos que la superen.

Típicamente, los períodos de visible crisis del poder delegativo, recomponible o no, reencauzable o no, son de gran incertidumbre. Con ellos tendremos que vivir, sin perder la esperanza de que, aunque mediante oblicuos y ya largos caminos, nuestro país se encamine hacia una democracia representativa. Ella vale por sí misma; es también condición necesaria para ir dando solución a los múltiples problemas que nos aquejan.

Fuente: Diario La Nación (Argentina). Jueves 28 de Mayo del 2009.

Comentario final de autor:

He leido con gran interes los comentarios y discusiones que ha originado mi nota. Queda mucho para pensar y seguir discutiendo! Por el momento solo algunas aclaraciones. 1. En esa nota por razones de espacio, aparte de mencionar la gran crisis precedente, no entro en las causas de esto pero, como dice un lector, en otros trabajos he argumentado acerca de graves problemas de desiguadad, pobreza y falta generalizada de legalidad. 2.Por la misma razon no menciono que hay otros casos de DD, entre los cuales, ademas de Correa, cuentan Uribe y Berlusconi (lo cual de paso muestra que las DD son "imparciales", en el sentido que se pueden inclinat tanto a la izquierda como a la derecha). 3. Insisto que aunque son democraticas en el sentido que defino, las DD tienen una peligrosa tendencia hacia deslizarse al autoritarismo (Fujimori, Putin, Chavez); que no lo hagan depende en buena medida de una sociedad civil suficientemente firme e informada, junto con politicos/as dispuestos a impedirlo. 4. En cuanto a que no digo que hacer, es cierto; opino que superar la DD es tarea de todos/as desde todos los lugares que ocupamos en la sociedad, y porque asi lo creo escribo estas cosas. Es una lucha larga y complicada para la que no existen recetas--yo al menos no las tengo. Termino agradeciendo que este muy interesante dialogo--de espiritu ejemplarmente democratico--me haya dejado mucho para seguir pensando.